Cuando tenía 53 años me matriculé en la universidad para estudiar psicología. Después de 3 intentos anteriores pensé que esta vez sí lo iba a lograr. Y me sentía muy ilusionada.
Yo vivía en la playa, pero para estudiar en donde quería tenía que regresar a la capital. Y regresé. Alquilé un apartamento en Escazú y el día que empezaba mi primer curso, estaba en mi apartamento con los dueños que me ayudaban a armar un escritorio.
Dueña: Qué bien que hoy empiezas tu carrera!
Yo: Sí. Estoy emocionada
Dueño: Pero, crees que todavía tenés neuronas como para estudiar
Yo me quedé muda.
Dueña: Pues me imagino que estudiar a esta edad es como un hobbie porque ya no se va a poder trabajar.
Yo llegué a mi primera clase sintiendo mucha vergüenza por estar vieja y querer estudiar. Y cuando estábamos en la dinámica de conocernos entre nosotros….
Yo, presentándome con mis compañeros y profesor:
Hola! Me llamo Ileana y quiero estudiar psicología aunque esté vieja. No sé si podré hacerlo…
Profesora:
Ileana, claro que puedes hacerlo. Cuando uno usa el cerebro y aprende nuevas cosas, se crean nuevas conexiones neuronales y nuevas neuronas. Es más, en uno de los cursos vas a oir hablar de un teórico de la personalidad que dice que el desarrollo del ser humano termina con la muerte.
Me sentí feliz y con permiso de continuar. No sé por qué permití que comentarios ignorantes enturbiaran mi primer día de clase. Esto me lleva a pensar que al igual que yo, muchas personas también detienen sus sueños porque otros dan su opinión, una opinión que a veces está cargada de ignorancia o envidia.
Podemos seguir desarrollándonos aunque tengamos 60, 70, 80. Todo depende de nosotros y de nuestro deseo. El deseo, como dice Lacan, es poderoso.